Freddie Quell (Joaquin Phoenix) es un marino que retorna a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial y no lo hace con la mente en buen estado; y entra a la vida de Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman) el carismático líder de un culto cuasi religioso que propone entre sus seguidores mejorar sus vidas haciéndolos despertar a una nueva y feliz realidad por medio de la concientización de sus vidas pasadas. No sabemos si Freddie gozaba de buena salud mental antes de embarcarse al oriente, pero definitivamente no está nada bien a su regreso. Es un tipo fracasado que no está muy seguro de lo que quiere, alcohólico y que no está muy interesado a adaptarse a un trabajo estable. Su encuentro con Dodd le permite hallar un lugar en donde sentirse seguro, con gente que le dice “Todo está bien, te ayudaremos”, justo lo que necesitamos escuchar los perdedores.

El Culto que busca trascendencia espiritual tampoco parece ir a ninguna parte. Se trata de una novedad a la que le prestan interés algunos círculos de la clase alta pero no deja de ser una curiosidad pasajera, nadie los toma enserio, quizás sólo es un asunto serio para Dodd y su esposa Peggy (Amy Adams) que tiene más influencia en el culto de la que aparenta.

Toda la película parece ir a ninguna parte, no avanza y es un poco lenta. Aún así está toda el área visual. Desde la ambientación y diseño de vestuario, hasta la fotografía y corrección de color. Las actuaciones de Hoffman y Adams son muy buenas, pero quien realmente se destaca es Phoenix. Es un gran actor interpretando un gran papel en una película un poco floja, no me decepcionó pero tampoco cubrió mis expectativas.